Garin durante la conferencia

Garin durante la conferencia

sábado, 25 de junio de 2011

SAN MARTIN Y LA IDEA CONTINENTAL

SAN MARTIN Y LA IDEA CONTINENTAL
Por Javier Garin.
Escritor y abogado, autor de los libros “MANUEL BELGRANO: RECUERDOS DEL ALTO PERU”, “MANUAL POPULAR DE DERECHOS HUMANOS” y “EL DISCIPULO DEL DIABLO: VIDA DE MONTEAGUDO, IDEOLOGO DE LA UNION SUDAMERICANA”.

Estimados amigos sanmartinianos:

Estos tiempos de recuperación de la conciencia histórica -en parte gracias al proceso que vive América Latina y en parte por el Bicentenario- son propicios para revisitar nuestros próceres a la luz de los desafíos del presente. Doscientos años después, San Martín tiene muchas inspiraciones que proporcionarnos. Me propongo hoy resaltar dos aspectos: 1) su proyecto continentalista (en oposición a la visión nacionalista miope) y 2) su estatura como político revolucionario (en oposición a la exaltación exclusiva de su acción militar).

SAN MARTIN ES UN HÉROE SUDAMERICANO, MÁS QUE ARGENTINO

Con la apropiación mitológica que se ha hecho de su figura por el nacionalismo localista, se menoscaba la significación mucho más vasta de este prócer continental. El título que mejor le cuadra es el de libertador sudamericano, junto a Bolívar. Su acción y pensamiento tuvieron siempre ese sentido continental, característico de la Logia Lautaro de la cual fue insigne representante. Aunque tendencioso, Mitre lo comprendía bien. De allí que dedique sus dos grandes obras a analizar en Belgrano la revolución rioplatense, y en San Martín la emancipación sudamericana.

LAS INTERPRETACIONES PARCIALES CERCENAN A SAN MARTIN.

Si de algo se congratulaba San Martín era de haber evitado mezclarse “en los partidos que alternativamente dominaron Buenos Aires”, como señala en una carta a Ramon Castilla, presidente del Perú. Sin embargo, su enorme prestigio fue utilizado para conformar las mitologías nacionales que se elaboraron a partir de la segunda mitad del siglo XIX, de acuerdo a las necesidades político-ideológicas de diversos sectores, que pujaron por apropiarse del legado histórico para sus propios fines.
Así, la historiografía liberal hizo de San Martín un abanderado del liberalismo argentino, un antecesor ideológico del régimen imperante a partir de Pavón. Para esta mixtificación, San Martín era el sable del liberalismo argentino y Rivadavia su estadista y legislador. Poco importa a los constructores de mitos que haya sobradas pruebas de que San Martín no sólo estuvo abiertamente enfrentado con Rivadavia sino que defendió un proyecto diferente, encarnado por la acción continentalista de la Logia Lautaro, más allá de alianzas circunstanciales con la burguesía comercial de Buenos Aires.
Rivadavia abrigaba un proyecto local, consistente en la hegemonía de esa burguesía en el Río de la Plata, en estrecha unión con Inglaterra. Su acción política fue coherente con esta idea, como lo fue su desprecio por las provincias interiores, su sometimiento a los dictados del embajador británico en Río de Janeiro y su absoluto desinterés por la suerte del resto de América, llegando al extremo de ordenar a Belgrano la retirada hasta Córdoba en 1812 y de clausurar una década más tarde el frente de guerra en las provincias del Norte, en perjuicio de los patriotas que todavía combatían en la sierra peruana y el Alto Perú. Los rivadavianos aplaudieron la muerte de Güemes, comentando cínicos en La Gaceta: “un caudillo menos”. ¿Qué les importaba que Güemes fuera el custodio del frente norte y una de las herramientas del plan sanmartiniano? Rivadavia se enemistó con San Martín y con Bolívar por el proyecto continental que éstos encarnaban. Ya había manifestado su desacuerdo con San Martín durante una cena que compartieron en 1812 en la casa del señor Escalada, futuro suegro de éste. Tales diferencias nunca se superaron porque representaban dos núcleos de intereses irreconciliables. Rivadavia es el campeón del localismo liberal rioplatense, y como tal un antecesor indiscutible de Mitre, Roca y los gobiernos oligárquicos de la segunda mitad del siglo XIX y principio del XX. San Martín pertenecía a otra esfera ideológica.
Desde el revisionismo federal se ha encarado la figura de San Martín con una mixtificación inversa. Se lo considera el iniciador de una línea política nacional que luego retomaría Rosas, simbolizando su continuidad en el legado del sable sanmartiniano. Esta versión “federal” no es menos mitológica que la liberal. Son conocidas las manifestaciones de San Martín de escasa simpatía por el federalismo, al que calificó como un delirio inspirado por “el genio del mal”, por más que rehusara combatirlo. En esto coincidía con Belgrano - quien también condenó como imprudentes las ideas “federantistas”-, no porque ambos fueran “unitarios” como los que sobrevinieron después, sino porque, en su calidad de jefes revolucionarios con responsabilidad militar, en medio de una guerra de liberación, veían con malos ojos los desórdenes internos, la indisciplina y los localismos divisionistas. El centralismo es defecto casi inevitable de todo proceso de transformación revolucionaria, máxime cuando hay una guerra en curso contra una potencia extranjera. De hecho, la anarquización del Río de la Plata perjudicó la campaña al Perú, que pasó a depender del tesoro chileno.
No faltan testimonios acerca del desagrado de San Martín hacia la política interna del rosismo. Sea como fuere, su visión excedía lo anecdótico para penetrar lo esencial. Por eso no dudó en apoyar la defensa de la soberanía hecha por Rosas “frente a las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”. Así lo manifiesta al legarle su sable: actitud muy diferente a la de los unitarios cipayos, que llevaban su odio a Rosas al extremo de aplaudir desde Montevideo y Chile la intromisión europea.

ALIANZA TACTICA CON INGLATERRA VS. CIPAYISMO PROBRITÁNICO

Otra deformación, caricaturesca, es la que lo pinta como agente británico. Esta tesis no goza de popularidad, pero no carece de adeptos. Es la versión secreta de los nostálgicos del orden colonial, tradicionalistas y españolistas de diversa laya, que pretenden reducir el proceso independentista a una maniobra de Inglaterra para apropiarse de las colonias hispanas. Esta visión torpe y simplista se niega a reconocer el papel de los pueblos americanos en la lucha por dirigir su destino y se empeña en ocultar la barbarie y las terribles injusticias del régimen colonial. Para los españolistas trasnochados, la Colonia era un sistema social admirable. Todavía suspiran por la pompa de los virreyes y la comodidad de la vida cuando los únicos que trabajaban eran los indios y los negros. No pueden comprender que existía un clamor de los pueblos contra el yugo español, y que los verdaderos revolucionarios aceptaban a Inglaterra sólo como un aliado circunstancial. Y por eso hombres como San Martín y Belgrano –que querían “al amo viejo o a ninguno”, para usar la expresiva respuesta de éste último a un militar inglés- impulsaron la declaración de independencia de España, pero también “de toda otra dominación extranjera”, como reza la Declaración del Tucumán.
Es cierto que dentro del movimiento revolucionario había agentes ingleses. Uno de ellos, incluso, fue cofundador de la Logia Lautaro: Carlos María de Alvear. Nadie más desvergonzadamente que Alvear representó la facción probritánica, aún cuando los cañonazos de un navío inglés habían asesinado a casi toda su familia en alta mar. Fue Alvear quien ofreció a las autoridades británicas un protectorado sobre el Río de la Plata, sosteniendo que "estas provincias desean pertenecer a Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso”. Este increíble -por lo explícito- acto de traición a la patria tendría una profusa descendencia, empezando por Rivadavia, con el empréstito de la Baring Brother y su intención de entregar a la codicia inglesa las minas de Famatina; siguiendo con Mitre y su funesta asociación con los gobiernos de Brasil y Uruguay para destruir al Paraguay, impulsada por Inglaterra; y concluyendo con el hijo de Julio Argentino Roca, vicepresidente argentino, vanagloriándose en Londres de haber convertido a la Argentina en "la mejor joya de la Corona Británica". Resultado ya previsto por Canning en 1825, cuando dijo: "Hispanoamérica es libre, y si no desgobernamos tristemente nuestros negocios, será inglesa”. Y por Chateaubriand, quien en 1838 dictaminó: "las colonias españolas, al emanciparse de su metrópoli, se han convertido en colonias inglesas."
Pero la acción vendepatria de las oligarquías locales asociadas al imperialismo inglés nunca fue compartida por San Martín, quien no sólo derrocó a Rivadavia en 1812 y combatió a Alvear hasta su desplazamiento, sino que hizo explícita, en el legado a Rosas, su oposición a la injerencia europea. Como otros jefes revolucionarios, comprendía la conveniencia de una alianza táctica con Inglaterra en la lucha contra España, y aún debió tolerar las pretensiones y caprichos del almirante Cochrane en la campaña al Perú, pero su actuación nunca se vio empañada por las concesiones indignas que hicieron los cipayos a lo largo y ancho de América.

LA IDEA QUE MEJOR DEFINE A SAN MARTIN ES LA DE LA EMANCIPACION CONTINENTAL

Confrontando la mitología nacional en sus versiones liberal y federal, afirmo que San Martín no fue, como alguna vez sostuvo Ricardo Rojas, un abanderado de la “argentinidad” sino uno de los más ilustres defensores y ejecutores de la concepción continentalista. Su interés central no era la constitución de una nueva nacionalidad argentina, y mucho menos mezclarse con las facciones locales, no permaneciendo en el Río de la Plata sino escasos cinco años entre su arribo y el cruce de Los Andes. Su actuación más relevante se desarrolló fuera del territorio luego llamado “argentino”. Su idea era la emancipación de las colonias hispanoamericanas dentro de un proyecto político de dimensión continental. Esta idea no la inventó él, pues era parte de la tradición revolucionaria, pero fue uno de los que mejor la representaron.
La conformación de repúblicas fragmentarias no es, como se sostiene habitualmente, el triunfo de la Revolución, sino su fracaso. Hubo muchas repúblicas porque los hombres que encabezaban la revolución continental triunfaron en su lucha contra la dominación colonial española, pero fueron derrotados en el proyecto de una gran Patria hispanoamericana. Y quienes los derrotaron fueron las oligarquías –nacionales o provinciales-, que no querían la conformación de un Estado continental, en cuyo seno su poder se diluía, sino que aspiraban a mandar en sus terruños como en “dominios privados”, para utilizar una expresión del propio San Martín contra el caudillo chileno José Miguel Carrera. Estas oligarquías no tardaron en recibir el apoyo entusiasta de Inglaterra, que luego de fogonear la insurrección contra España se empeñó en tupacamarizar América del Sur en estados fragmentarios para dominarla mejor. En el siglo XX fue Estados Unidos el heredero del “divide y reinarás” imperial.
La historia oficial, escrita por esas mismas oligarquías, hizo hincapié en los localismos para el armado de "grandes mitos fundacionales", dejando en un segundo plano el carácter continental del proceso revolucionario. Así es cómo se formó una historia argentina, chilena, uruguaya, peruana, boliviana, ecuatoriana, colombiana, venezolana, minimizando -ya que no se podía negar- la interdependencia mutua de los procesos locales de emancipación.
Algunos ejemplos. La historia argentina arranca con el 25 de mayo de 1810, como primer acto revolucionario. Sin embargo, exactamente un año antes, ocurrió en Chuquisaca la llamada "revolución de los doctores", antecedente directo que se extendió a otras ciudades altoperuanas, como La Paz, donde fue sangrientamente reprimida. Esta Revolución ocurrida en territorios que formaban parte del Virreinato del Río de la Plata es escasamente mencionada en nuestra historia oficial. Y sin embargo, una de las razones que invocaron los revolucionarios porteños para derrocar a Cisneros –según refieren Manuel Moreno y Matheu- fue el descrédito del Virrey por haber consentido las ejecuciones de patriotas altoperuanos llevadas a cabo por Goyeneche, Sanz, Nieto y Córdova. Y la Primera Junta ordena a Castelli vengar esas muertes sin miramientos. ¿Por qué ocultar la influencia altoperuana en la revolución porteña? Porque a esta última se la quiso pintar como un fenómeno de pura inspiración “argentina”. ¿Cómo los argentinos vamos a deber el impulso motor de nuestra revolución a los bolivianos (aún cuando entonces no existían ni Bolivia ni Argentina)? Nos enseñan la Revolución de Mayo como si esta hubiera nacido ya madura, al igual que Palas Atenea de la cabeza de Zeus. Y han eliminado del Himno Nacional Argentino aquellos versos en que López y Planes evoca las luchas de los pueblos altoperuanos, mencionando sus ciudades en un "decasílabo heroico", como lo denomina Ricardo Rojas: "Potosí, Cochabamba, La Paz". Es así que, hasta el día de hoy, el argentino promedio mira con desprecio a nuestros hermanos bolivianos, porque se pretende superior a ellos, con impenitente racismo, haciendo gala de tener sangre europea y no indígena, en la misma línea de pensamiento de la generación del 37 –uno de cuyos popes proclamaba “no somos americanos sino europeos en América”-, o de Sarmiento que calificaba a Capoulican y Lautaro como "indios piojosos".
Otro ejemplo de mito nacional: Belgrano, se nos dice, crea la bandera argentina. Sin embargo, está claro, por sus propias palabras a orillas del Paraná, que éste no pensó un distintivo argentino sino americano: a sus soldados los hizo jurar "vencer a nuestros enemigos interiores y exteriores, y América del Sud será el templo de la Independencia y la Libertad".
El escamoteo de la concepción continental se advierte en la biografía de uno de los asistentes más estrechos de San Martín: Bernardo Monteagudo. LLama la atención que una figura de su talla aparezca segregada en las historias nacionales. Cabecilla a los veinte años de la revolución chuquisaqueña; dirigente connotado del jacobinismo rioplatense, colaborador dilecto de O´Higgins en Chile, primer gobernante efectivo del Perú independiente bajo el Protectorado de San Martín y consejero de Bolívar, su figura está oscurecida por mitos y leyendas; en Chile se le llega a negar la confección del acta de la Independencia en la que intervino; y en Perú, a pesar de haber hecho una obra de gobierno extraordinaria, sólo se lo recuerda con una modesta placa en la Biblioteca Nacional que fundó en Lima. Las razones de este ocultamiento el propio Monteagudo las comprendía al señalar que los patriotas libraban una "doble lucha": por un lado, contra la dominación española; por otro, contra las tendencias localistas que resistían el proyecto continental impulsando la fragmentación.
Monteagudo, ministro de San Martín, negocia por instrucción de éste los tratados perú-colombianos de 1822, antecedente del Congreso de Panamá. Retirado San Martín, diseña para Bolívar la primera propuesta coherente de unión continental bajo la forma de una “federación general de estados hispanoamericanos”. Idea que ya había oído en el Alto Perú de su maestro, Juan José Castelli, quien, a orillas del lago Titicaca, a la vez que emancipaba a los indios, auguraba que "toda la América española no formará en adelante sino una numerosa familia”, y que el Río de la Plata, el Perú, el Santa Fe de Bogotá y Chile confluirían en “una asociación y cortes generales para forjar las normas de su gobierno."
Castelli era probable cabecilla de una logia continental, cuya rama chuquisaqueña, la Sociedad de independientes, contó con la activa participación del joven Monteagudo. Tiempo después, ambos se afiliaron, a la Logia Lautaro creada en Buenos Aires por San Martín, Alvear y Zapiola. En sus reuniones en los sótanos de la familia Thompson se tomaba juramento a los nuevos miembros comprometiéndolos a defender la patria americana, que era la misma -decía el ritual- del valiente Lautaro, símbolo de la resistencia nativa contra el opresor colonial. La logia debía ser -segun Mitre- "el brazo que impulsara y la cabeza que orientara el movimiento revolucionario. Su finalidad era mirar por el bien de América y de los Americanos". El indio Lautaro -secuestrado de niño por Valdivia, conquistador de Chile, y convertido en su paje y caballerizo- decide cambiar de bando en mitad de un combate y ponerse del lado de sus hermanos. Este personaje, al que exalta Ercilia en el poema "La Araucana", fue mencionado al patriota venezolano Francisco de Miranda por el joven chileno OHiggins. San Martín –de quien se murmuraba que tenía sangre indígena- se identificaba con el gesto del caudillo aborigen de dejar al amo europeo para servir a la patria en peligro, como él había hecho al renunciar a una brillante carrera en las armas españolas y consagrarse –según sus palabras- “a la causa de América”.
Una de las primeras acciones que adopta la Logia Lautaro es el derrocamiento del Primer Triunvirato, cuyo cerebro era Rivadavia. En esa oportunidad, San Martín y sus compañeros de armas dan un ejemplo cívico al declarar ante el Cabildo que “no siempre están las tropas –como regularmente se piensa- para (…) autorizar la tiranía” sino que saben “respetar los derechos sagrados de los pueblos”. Esta concepción del ejército al servicio de la liberación continental –y no de la opresión- es la misma que trasuntan sus famosas palabras a los soldados al desembarcar en el Perú: “Acordáos de que vuestro gran deber es consolar a la América, y que no venís a hacer conquista sino a libertar pueblos”.
La idea continentalista se manifiesta una vez más cuando la Asamblea del Año XIII, promovida por San Martín y la Logia Lautaro, recibe de la Sociedad Patriótica, presidida por Monteagudo, un proyecto constitucional para “los Estados Unidos de América del Sur”. En el Congreso del Tucumán, influido por Belgrano y San Martín, se declara la Independencia de las Provincias Unidas “en la América del Sur” nueva referencia continental. Allí aparece Belgrano abogando por la monarquía constitucional incaica, propuesta no desdeñada por San Martín pero satirizada en la racista Buenos Aires, que no quería al frente del Estado a "un indio de patas sucias". No era un capricho novedoso. Miranda, ya en 1798, anticipó la idea en una carta al masón norteamericano Hamilton, vinculada al propósito de emancipación continental: "la forma de gobierno proyectada (para América del Sur) –le dijo- es mixta; tendremos un jefe hereditario llamado Inca como Poder Ejecutivo".
No es casual que San Martín y Belgrano coincidieran en tantas cosas. Ambos eran decididos partidarios de la declaración de Independencia. Ambos defendían a los indios frente al racismo expoliador de muchos criollos. Ambos apostaban a la emancipación continental y no creían en salvaciones locales. Ambos -se especula- habrían acordado ideas estratégicas junto al gran patriota Martín Miguel de Güemes para desarrollar su plan continental.
Sabido es, por lo demás, que San Martín y Bolívar fueron destacados integrantes del sistema de Logias –suerte de Internacional revolucionaria- cuyo precursor fue Miranda. Sus ramas principales estaban en Buenos Aires y Caracas: los dos brazos de la tenaza independentista desde donde se emprendió la liberación continental. Entre ambos impulsaron la idea de una Confederaciön sudamericana, a la que San Martín consideraba “base esencial de nuestra existencia”, proponiendo a Guayaquil como sede del Congreso hispanoamericano que luego se convocaría fallidamente en Panamá.

SAN MARTIN FUE UN BRILLANTE POLÍTICO REVOLUCIONARIO

Es injusto entender a San Martín como mero soldado. Él fue, en realidad, un brillante político que supo contribuir a la conformación de un sistema de poder para la liberación americana y la transformación social. Si la capacidad de construir poder define al político, fue muy exitoso. Bajo su dirección, la Logia Lautaro alcanzó a controlar el aparato estatal en dos países: el Río de la Plata y Chile, y luego se extendió al Perú.
San Martín, como los demás revolucionarios, no luchaba sólo por un cambio de autoridades, sino por la transformación radical del orden político, económico y social. Tendió a la Libertad combatiendo el despotismo y consagrando derechos individuales. Tendió a la igualdad al promover la libertad de vientres para los negros y el fin de la servidumbre para los indios.
Logró la caída de Lima sin disparar un solo tiro. Fue “la guerra mágica del Perú”, una guerra librada no con balas, sino con política: es decir, construcción de alianzas sociales, propaganda y conquista de la opinión pública. Un simple militar no obtiene tal proeza.

LA INGRATITUD FUE EL PAGO DE LOS CONTINENTALISTAS

San Martín sirvió a la concepción continental sin claudicaciones. No quiso mezclarse en conflictos internos sino para asegurar el desarrollo del plan continental. Y debió pagar por ello. Pasó la última parte de su vida en el exilio, sin poder regresar a los países cuya libertad había hecho proclamar. La burguesía porteña lo temió y persiguió, sin perjuicio de reivindicarlo más tarde en provecho propio cuando ya no representaba un peligro. En Chile fue resistido (sobre todo por quienes se negaban a sufragar los gastos de su campaña al Perú) y se le imputó injustamente la muerte de los hermanos Carrera y de Manuel Rodríguez. Renunció al Protectorado del Perú luego de sufrir un golpe de Estado mientras se hallaba en Guayaquil. Lejos de la idea de prócer indiscutido del presente, debió soportar toda clase infundios de aquellos que, según Monteagudo, “sólo creen que hay libertad de imprenta cuando pueden ejercitar la detracción”. Llegaron a acusarlo de querer coronarse rey. El rey José”, lo llamaban. Justamente a él, que había dado sobradas muestras de su falta de ambición personal, que nunca intentó encumbrarse en el Río de la Plata aunque tuvo la dictadura casi servida, que había declinado a favor de O Higgins el título de Director Supremo de Chile ofrecido después de Chacabuco, y que había asumido el Protectorado del Perú con repugnancia, al no encontrar jefes idóneos en ese país, corrompido por la dominación española. “El general San Martín –escribía Monteagudo con indignación-, el héroe de Chacabuco y Maipú, el que aún fue más héroe emprendiendo libertar el Perú con un pequeño número de bravos, el que sin ceñir su frente de nuevos laureles manchados en sangre, triunfó de innumerables obstáculos por medio de la prudencia, el que salvó Lima de las catástrofes que todos presagiaban (…), él alzó de la miseria con sus propias manos a muchos de los que hoy son sus enemigos; él mismo ha sido insultado en algunos periódicos de aquella capital con impunidad y escándalo de su honrado vecindario. Pero sus brillantes servicios a la causa de América desde el año XII y los que ha hecho al Perú, abriéndole la puerta para que entre a su destino, son una propiedad de la historia a la cual nada puede defraudarse”.
Destino de ingratitud que cupo a todos los abanderados de la visión continental, quienes pronto se convirtieron en un estorbo para los apetitos de las oligarquías. Castelli padeció cárcel en su agonía. Belgrano murió solo y olvidado. Artigas se autoexilió en el Paraguay. Güemes fue abatido. Monteagudo fue asesinado en las calles de Lima. O Higgins sufrió implacable oposición hasta exiliarse. Bolívar padeció los embates localistas y vio derrumbarse su poder antes de morir.
Doscientos años después, seguimos en la encerrona. Se comprueban esfuerzos sistemáticos para la unidad continental. Pero esta unidad se encuentra aún amenazada por nacionalismos miopes e intereses extranjeros. Inglaterra primero y Estados Unidos después, se beneficiaron de la división del gran pueblo sudamericano en repúblicas fragmentarias. El sueño de San Martín no fue la conformación de muchos países sino una vasta nacionalidad continental. Es padre de la patria, sí, pero me gusta agregar: de la PATRIA GRANDE AMERICANA, que algún día veremos finalmente nacer. Ese será el día en que los nombres de los grandes padres fundadores de la nacionalidad sudamericana fulgurarán con una fuerza renovada, señalando el rumbo a las generaciones por venir.